Estados Des(Unidos) de América, por Denise Dresser

Donald Trump apeló a su base y su base le respondió, a pesar de ser un mentiroso crónico, un depredador sexual, un evasor de impuestos, un supremacista blanco cuyas posturas no alienaron a grandes segmentos del país. Resonaron y convencieron y sedujeron.

Esa es la gran revelación de la elección. Un hombre como Trump, polarizador y petulante, con un temperamento mitad vengativo y mitad visceral, incapaz de controlar sus impulsos en Twitter, incapaz de contener sus arranques, incapaz de unir en vez de dividir, sigue encabezando un movimiento político de amplio arraigo. Aplaudido por los latinos cubanos en Florida, aceptado por la clase blanca trabajadora, apoyado por los más afectados ante la globalización y los menos preparados profesionalmente para enfrentarla. Trump es causa y consecuencia de una sociedad profundamente dividida en temas económicos, cuestiones raciales, normas culturales, posturas sobre la inmigración y preguntas en torno a la identidad.

Hace cuatro años, en la elección de 2016, Trump preguntó “¿Quiénes somos nosotros como país?” y una coalición predominantemente blanca le contestó. Lo ha vuelto a hacer y su base le respondió de manera rotunda. Nuevamente logró movilizar a la mitad de un país polarizado para que culpara a la otra mitad de sus problemas, reales o percibidos, para que saliera a defender su derecho a portar armas, para evitar el arribo del “socialismo” de Biden. No importó la pandemia sino el desempleo, la desigualdad, la criminalidad, la multiculturalidad, el temor a los “otros”. Trump logró montarse otra vez sobre una resaca de rabia, un estertor de encono y capitalizarlo en su favor. La “coalición de la restauración” sigue viva, aterrada por la inmigración, la pérdida de empleos locales y valores tradicionales. Los Estados Des-Unidos de América.

Pero junto con esas continuidades, también hubo cambios. Trump perdió terreno en los suburbios, entre los electores más educados, entre las clases profesionales que lo apoyaron hace cuatro años. Aunque logró mantener el apoyo de hombres blancos, latinos en Florida, y algunos afroamericanos, perdió de manera significativa entre las mujeres y con los jóvenes. Biden recuperó algunos de los estados que el Partido Demócrata había perdido de manera humillante con Hillary Clinton y logró expandir su coalición. Ganó Arizona, ganó Virginia, y lideró una revuelta suburbana. Se benefició de los cambios demográficos que han hecho de Estados Unidos un país mucho más diverso y plural. Pero el Trumpismo se enquistó y resistió.

Quienes estuvimos en Washington lo constatamos al entrevistar afuera de las casillas a quienes habían votado por reelegir al presidente. Las pulsiones aislacionistas, proteccionistas, y racistas no han sido erradicadas. Todavía hay millones de estadounidenses que apoyan lo que Trump tuitea, y lo que proclama y lo que encabeza. Entender eso es entender que la democracia liberal en Estados Unidos así como en otras latitudes se encuentra bajo acecho. Nuestra generación, que aplaudió la caída del muro de Berlín y la victoria de Barack Obama, necesita enfrentar la realidad. No presenciamos el triunfo de la democracia, sino la resiliencia de populistas que no creen en ella.

La elección estadounidense demuestra cómo el conservadurismo xenófobo continúa ganando elecciones y cercenando derechos y erigiendo muros y cerrando mentes. Estados Unidos ya no es una democracia excepcional; ya no es una “ciudad brillante en la colina” como la llamara Ronald Reagan. Ahí, tal como ha ocurrido en otras latitudes, ha surgido una “democracia iliberal”, poblada por muchas personas que no creen en la garantías individuales ni en los contrapesos ni en la tolerancia ni en la diversidad ni en las instituciones representativas. El Trumpismo es producto de los problemas que la democracia liberal no logró resolver. La desigualdad creciente. El crecimiento económico languideciente. La inmigración desbordada. El racismo acendrado.

El hecho de que la contienda al norte de la frontera sea tan cerrada evidencia una tendencia global caracterizada por la “recesión democrática”. Estados Unidos, bajo Trump, normalizó el nacionalismo y la xenofobia y la retórica de la rabia. Y si Biden llega a ser presidente, tendrá que lidiar con ese legado; tendrá que reconciliar al país polarizado. Y comprender porqué los mejores ángeles de la República no lograron exorcisar a los peores demonios del Trumpismo.

Por Denise Dresser, Periódico Reforma, 4 de noviembre del 2020

Compartir:
Compartir en facebook
Facebook
Compartir en twitter
Twitter
Compartir en whatsapp
WhatsApp
Compartir en email
Correo electrónico

1 comentario en “Estados Des(Unidos) de América, por Denise Dresser”

  1. Se ve que la mamadera esta en juego entre tirios y troyanos quie a final de cuentas saldra ganador saben dar recetas pero que son como ciudadanos Francamente se Enajeno laMente Humana Como Creyente espero la 2da, Venida del Salvador jesucristo el Unico que Trae Soluciones de VIDA A UNA CIVILIZACION QUE LLEGA A SU FINAL.

Los comentarios están cerrados.