Hipocresía, por Guadalupe Loaeza

Una de las pancartas que más me habían llamado la atención durante la marcha de mujeres en Washington en enero de 2017 fue una en la que se leía: “Free Melania”. No había duda, la percepción, entonces, de la opinión pública sobre la primera dama de Estados Unidos, y tercera esposa de Trump, era que la ex modelo Melanija Knavs no era una mujer libre. No en balde en esos días nació “Free Melania”, un movimiento creado en Twitter. No había sido para menos, su gesto de profunda tristeza, el cual fue captado por millones de cámaras fotográficas mientras su marido juraba como Presidente, o bien, durante la recepción del baile inaugural, lo decía todo. Incluso la revista Vanity Fair, del mes de enero de ese año, se refirió a la tristeza de aquella adolescente, nacida en Eslovenia, que padeció tantas privaciones en la época comunista de su país.

Esos recuerdos tan tristes ya quedaron en el pasado, ahora Melanie, aparentemente feliz, con ojos brillantes y sonrisa semejante a la de Raquel Welch, tiene posibilidades de convertirse, una vez más, en la primera dama de Estados Unidos, de allí que su discurso de 26 minutos del martes pasado en la Convención Nacional Republicana, en el “Rose Garden” de la Casa Blanca, resultara absolutamente “hipócrita”, como dice la revista New Yorker, al referirse a la descortesía de su marido, “como una forma de patriotismo apasionado”. Estas palabras las decía sin emociones y sin la menor espontaneidad. Se hubiera dicho que la que hablaba en esos momentos era una cheerleaders (porrista) contratada exclusivamente para apoyar al candidato oficial por el Partido Republicano. “En mi esposo tienes a un Presidente que no dejará de luchar por ti y tu familia. (…) Es lo mejor para nuestro país. (…) te guste o no, siempre sabes lo que está pensando”. Al escucharla y verla con su traje verde oliva, de Alexander McQueen, me dije: “A lo mejor lleva meses, si no años, tomando Prozac, porque no parece registrar lo que está diciendo”. El escenario me parecía parte de un espectáculo, con las banderas estadounidenses a todo color, con la presencia de familiares de Trump y de sus más cercanos seguidores, rodeados por decenas de rosas; todo me parecía una farsa, una trampa puesta por los republicanos y, como señalara el Washington Post, el discurso de Melania, dicho de dientes para afuera: “enfatizó su empatía, la cual solo resaltó la falta de ella en el Presidente”.

Claro, en ese entorno, rodeada, virtualmente, por periodistas de todo el mundo, Melania no podía dejar de mencionar a las víctimas de la pandemia que en su país ya suman más de 5.8 millones de casos y cerca de 180 mil fallecidos. “(…) mis oraciones están con aquellos que están enfermos o que sufren. (…) Donald no descansará hasta que haya hecho todo lo posible para cuidar de todos los afectados por esta terrible pandemia”. No, Melania no hablaba con la verdad, hablaba como le dijeron, una y otra vez, que tenía que hablar. Estaba actuando y para muchos fue su mejor actuación política desde que ingresó a la vida pública. En esos momentos, interpretaba de maravilla a la primera dama very sweet, caritativa, empática, humana y preocupada por los estadounidenses. Qué diferencia de actitud y de discursos de Michelle Obama, Hillary Clinton, Kamala Harris o Jill Biden, durante la Convención Demócrata. Era evidente que ellas los habían pensado, desarrollado y escrito.

Por su parte, Donald Trump miraba de lejos a Melania con orgullo, para él era su obra y de la que una vez se expresó con Howard Stern: “Nunca le he oído echarse un pedo ni hacer caca”, para después referirse a ella físicamente: “Tiene proporciones perfectas (mide 1.80 m y pesa 56 kilos) y unas tetas estupendas, lo cual no es un asunto insignificante”.

Tan bien adiestrada está Melania que no olvidó abordar todos los temas que más le reprochan a Trump: “Mientras abordaba tentativamente el tema del inevitable racismo de la nación, proclamando que nuestra ‘historia diversa y legendaria es lo que hace que nuestro país sea fuerte’, los expertos en línea produjeron inmediatamente la infame entrevista, de 2011, de Melania cuestionando el lugar de nacimiento de Barack Obama. Es fácil, y también moralmente correcto, llamar la atención sobre la hipocresía especial de la Primera Dama”. (Doreen St. Felix, The New Yorker).

Free Melania, le sugeriría, de todo corazón, a la esposa de un hombre misógino, racista, mentiroso, gordo, calvo y…

Por Guadalupe Loaeza, Periódico Reforma, 28 de agosto del 2020

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